Llegar hasta la bocatoma de Quebrada Honda lleva entre tres y cuatro horas, y requiere de toda la fortaleza para lograr terminar el recorrido a pie de unos 15 kilómetros desde la ciudad, hasta lo profundo de la cordillera Oriental. Pendientes empinadas, piedras inmensas, resbaladizas a un costado del río Guatiquía, caños que congelan los dedos de los pies, más aún cuando llueve, que ocurre de manera frecuente, y un camino lleno de curvas que deja temblando las piernas del cansancio. Ese es el recorrido semanal para unos y diario para otros de los 30 operarios de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Villavicencio (EAAV) que cumplen labores en la montaña, con el compromiso total por recuperar el sistema y evitar que las obras se la entreguen a un contratista, que generalmente eleva los costos y tiempos de recuperación de los daños. Terminar el recorrido no es imposible, pero requiere de gallardía; aunque la vista, los hermosos paisajes que se aprecian a lo largo del cañón del Guatiquía y el oxígeno más puro, son el premio para quienes adelantan esta travesía. Subir las máquinas es ‘’otro cuento’’, como dicen ellos, pues llegan normalmente hasta el punto conocido como La Tarabita, y de ahí hasta la bocatoma, tienen que abrirse paso por las torrentosas aguas del Guatiquía, que se hacen aún más feroces cuando llueve en la parte alta de la montaña y, en muchas ocasiones, detiene la subida de estos equipos tan necesarios para la remoción del voluminoso material que sepultó la bocatoma. Más de 10 días llevan los operarios en ese ir y venir, de Villavicencio hasta la bocatoma y viceversa. Arriba, el panorama no es muy alentador, pues la avalancha y las fuertes lluvias que aún continúan, le han hecho muy difícil el trabajo a los colaboradores de la EAAV que están en una lucha contra la naturaleza para estabilizar la prestación del servicio de agua en la ciudad. ‘’Fue una gran cantidad de tierra lo que se vino, la verdad no había visto una cantidad de material de esas, sí se presentaban problemas y uno los solucionaba, pero es que esta vez se tapó totalmente”, comentó Daniel Cuburuco, quien, en medio de la apretada y dura jornada, sacó un momento para contar el día a día en la bocatoma. Y las labores se complican cuando están avanzando con la remoción del material, “y se viene el aguacero de un momento a otro’’ y trae más material de la montaña que vuelve a posarse sobre la bocatoma, agregó Daniel. Las largas jornadas se extienden desde la madrugada hasta tarde en la noche. Varios operarios viven ahí, en la bocatoma y en campamentos que se han armado en medio de la emergencia por la que atraviesa la ciudad. La alimentación está a cargo de una familia campesina que vive en este corregimiento, aunque en la bocatoma hay una cocina en la que también tienen la posibilidad de preparar alimentos. Los operarios de la EAAV han demostrado todas las capacidades con las que cuentan para resolver los problemas que se presenten, y entre ellos han desarrollado admiración unos por otros, por las condiciones tan difíciles que soportan. Allá arriba, el sonido de la quebrada, del viento y las aves se mezclan con el de las picas, las palas, las retroexcavadoras y demás herramientas, un sonido casi caótico, que genera dolores de cabeza de unos hombres de manos gruesas, callosas y piel quemada por el sol.Pero son precisamente ellos los que reconocen que todo el sacrificio, la entrega y el cansancio tienen su recompensa, que no tiene nada que ver con lo económico, sino con la satisfacción de cumplirle a la ciudad, a los villavicenses y sobre todo a sus familias, quienes abajo, a más de 15 kilómetros, en la cordillera Oriental, los están esperando. “Lo que nosotros nos exponemos y lo que estamos haciendo acá, lo estamos haciendo con mucho cariño. Es un compromiso con la empresa y con la misma comunidad que está allá, le agradecemos el apoyo a todos, pero hasta que no cuadremos esto, no salimos nosotros de acá’’, enfatizó Cuburuco, quien a su vez agradeció la paciencia de la ciudadanía.